Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y de la tecnología, y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre.
La destrucción de la flora y fauna, en forma consciente o no, estimulada por el lucro o la ignorancia, es un acto barbarie.
Cada vez que muere un ave, cada vez que arde un bosque, y sobre todo, cada vez que una especie animal o vegetal desaparece, las posibilidades de supervivencia se reducen para la humanidad.
Nuestros antepasados concibieron la Tierra como un lugar lleno de riqueza y de dones, lo cual es cierto. En el pasado, mucha gente creyó también que la naturaleza podía perdurar inacabablemente, lo cual sabemos ahora que es cierto solo si nos preocupamos de que pueda ser así. Puede ser que las generaciones futuras no lleguen siquiera a conocer muchos de los hábitats de la Tierra, de los animales, las plantas, los insectos y hasta los microorganismos que incluso hoy están ya catalogados como raros. En nuestras manos tenemos los medios y la responsabilidad para evitarlo. Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde.